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Ya no se cumple el famoso proverbio inglés que dice que “la casa de un hombre es su castillo”. Ahora, la casa de un hombre puede ser el castillo de su banco. Es lo que indica la generalización de un acto que antes resultaba anecdótico: el desahucio.
Según los datos, desde 2008 se producen al día una media de 8 desalojos por impago. Y el ritmo se va acelerando. La suma se acerca a 10.00 afectados en los últimos 4 años. Está por llegar el neoliberal de turno que use su poltrona para declarar que “los desahucios, al menos, generan empleo en el sector de las cerrajerías”. Cada vez falta menos para que lo escuchemos.
Los desahuciados son los “pasivos intoxicados” que ponen rostro humano al término “activos tóxicos”. Pensaron que podían tocar techo y se quedaron sin él. Les han prejubilado de la vida sin acciones preferentes, planes de pensiones, ni indemnizaciones pactadas con el Consejo de Administración del porvenir.
Si el Gobierno ha sido capaz de promover un Banco Malo para salvar la economía ¿por qué no crea un Banco Bueno para rescatar a las personas?
Esa es la cuestión.
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