Si en el triatlón de Bilbao hubiera llegado a la meta en el puesto 153, saludando al público, no hubiera pasado nada: se trataría de otro gran éxito de una prejubilada de la alta competición que tiene más medallas que nadie. Pero quiso ganar. Y su último triatlón fue otro, compuesto por una confesión a la carrera, una contrición sobre ruedas y natación en el llanto.